Intervención de Yolanda Solana en Antena 3 con relación a la víctimas de los delitos sexuales.

Intervención de Yolanda Solana en Antena 3 con relación a la víctimas de los delitos sexuales.

Abusos sexuales: su origen

El 2017 se cierra como uno de los años con más víctimas de violencia machista, pero el que será recordado como el que ha sido el del despertar feminista. Nunca antes la violencia machista había copado tantos titulares ni las en las calles habían estado tantas al grito de “No estás sola”. Han sido 48 las asesinadas oficiales en España durante el año pasado, muchos los casos de abuso sexual y acos, y una enorme corriente de protestas en redes sociales. Desde la avalancha de denuncias tras las acusaciones contra Harvey Weinstein hasta el juicio de La Manada, la violencia machista ha entrado con fuerza en la opinión de tertulias de bar y terraza en la vida española.

 


El inicio de una corriente.

Pero no siempre ha sido así. De hecho, costó mucho romper el silencio. De hecho, hemos de remontar a principios del siglo pasado para encontrar alguna referencia a este respeto, según un estudio de la Universidad de Connecticut, en un análisis de cómo han cambiado los medios de comunicación en relación al enfoque respecto a los abusos sexuales. En esta investigación, se pone de manifiesto que Sarah Koten fue el primero de los casos en los que hizo que se hablase de la violencia machista.

Durante el XIX, algunas mujeres señalaron en sus juicios que se habían inspirado en Koten para sus propias acciones violentas

Koten era una inmigrante rusa que trabajaba y vivía en un sanatorio de EEUU con la esperanza de convertirse en enfermera. Bajo la tutela del doctor Martin W. Auspitz, le prometió en varias ocasiones que le enseñaría todo lo necesario para desempeñar de forma satisfactoria su labor como enfermera. Sin embargo, según contó a un periodista de ‘The New York Times’, lejos de eso, la durmió con cloroformo y la violó.

Se ganó la simpatía de lectores y periodistas

Lejos de acabar ahí, todo se complicó, ya que al cabo de unos meses, descubrió que estaba embarazada. El doctor la presionó para que abortara, pero esta se negó y acabó dejando su puesto en el hospital. Sin dinero e incapaz de conseguir trabajo, demandó al médico que la violó, para hacerlo responsable de su futuro hijo. Este negó las acusaciones y los testimonios de la defensa (del cuñado y hermano del médico) acabaron con cualquier esperanza de victoria. Finalmente, el juez absolvió a Auspitz por falta de pruebas. Al no tener otro recurso legal al que acudir, la mujer se tomó la justicia por su mano: se hizo pasar por un paciente ficticio y cuando el médico llegó para tratarlo, ella le mató de un disparo.

Fue entonces cuando los medios y la opinión pública comenzaron a fijar su atención en el caso. Si bien al principio caracterizaban a Koten como una mujer “desdichada” y “delirante”, poco a poco fue siendo objeto de la simpatía de lectores y periodistas. Según el estudio, la prensa se limitó a “deleitarse con las anécdotas sobre su evidente histeria y criminalidad” hasta que empezó a surgir el pasado del presunto violador: otras dos mujeres ya lo habían denunciado y una de las cuales, era paciente suya, ya le había intentado asesinar. Desde ese momento, la figura de la desdichada enfermera se convirtió en una heroína del incipiente movimiento feminista.

El público la empoderó como víctima, pero ella solo decía que se había vengado de su violador.

El interés del público hizo que se cambiara el enfoque de la historia. Lejos de presentarla como una asesina, se presentaba como una madre con un futuro truncado por culpa de un violador. Una mujer con ganas y perspectivas de trabajar que fueron cercenadas porque se cruzó en su vida una persona que solo vio en ella un motivo de satisfacción personal. Ahora ya no le preocupaba su futuro roto, solo la supervivencia de su hijo, el cual salió en los periódicos junto a su madre en una imagen que dio la vuelta al país. Ya no era una asesina, era una víctima.

La mujer como víctima

El enorme cambio en la percepción pública benefició enormemente a Koten, pues acabó liberada, pero a la vez supuso una pesada carga a la hora de destacar su autonomía como mujer. Eso mismo le confirmó ella durante el juicio a la activista socialista Rose Pastor Stokes: no lo mató para impedir que siguiese maltratándola, sino como un acto de activismo a favor de las mujeres. En última instancia, la simpatía pública agrandó su imagen como víctima, mucho más de como ella se veía a sí misma: una mujer empoderada que se vengó de un hombre maltratador. No obstante, el ejemplo de Koten, sobre la cual no se conoce qué fue de ella ni de su hijo, sí sirvió para acabar con la ley no escrita que permitía a los hombres violar a mujeres sin temor a represalias judiciales en EEUU.